lunes, 28 de marzo de 2011

El maldito espéculo

Berta se levantó aquella mañana inquieta, había dormido mal, le dolía el estómago y no sabía que hacer.

La espera se le hacia corta y larga a la vez. Tenía muchas ganas de acabar con todo aquello y al mismo tiempo no quería pensar en ello. No era posible hacer las dos cosas al mismo tiempo, pensó que al día siguiente se armaría de valor, llamaría a su ginecólogo y pediría la temida cita.

No le importaba subirse el vestido y mostrar su intimidad. Lo que de verdad la aterrorizaba era cuando veía que sacaban un aparato de un plástico que a ella le parecía enorme y debía serlo, porque cuando lo introducían en su maltrecha vagina notaba un dolor agudo, como si le hubieran clavado un cuchillo de fina navaja. Apretaba los dientes y esperaba que aquello acabara cuanto antes.

Berta tomaba un relajante antes de ir a su gine. De otra forma, en vez de morir de un cáncer ginecológico, hubiera muerto de infarto. Luego cuando salía a la calle encendía un cigarrillo, que este año con las prohibiciones va a tener que fumar viendo deportivas de bebé en la tienda de al lado.

Con las piernas aún temblonas se dirigiría despacio a su querido hogar. Al olor del café recién hecho. Al sol entrando de lleno en su maravillosa cocina, su reino. A su salón, a sus fotos, a sus queridos libros. Parecía por su expresión que hubiera regresado de librar un duro combate.

Ahora tocaba esperar una semana, pendiente de cada llamada de teléfono. Cuando tienes que repetir la citología malo, tanto control, tanta información, vives casi pendiente de las revisiones que con la edad se hacen más frecuentes y numerosas.

Yo pediría que los instrumentos de tortura fueran más pequeños y menos molestos. Cuando eres joven todo lo es más, y también mas elástico, pero con la edad la vagina se atrofia y sus paredes por supuesto también puede que sea una cobarde y una exagerada que al resto de las mujeres no les ocurra lo mismo, pero el espéculo deberían de humanizarlo más. Que yo cuando lo veo, me encojo como un pobre animal se me agarrotan las piernas y apenas puedo pensar.

¡Algo más pequeñito y cómodo por favor!

jueves, 24 de marzo de 2011

Cerca del Mar del Norte

Llegó en Navidad, inundó mi casa con su blanca sonrisa, con su desorden de ropa, libros y algún perfume.

Desayunaba a la hora de comer y aprovechaba yo esa media hora para que me contara algo de su vida, en una ciudad cerca del mar del Norte.

Me hablaba de nieve, lluvia, frío y de una bicicleta azul, de un apartamento de cristal desde el que siempre veía el cielo y de su gato “Chispas”, el más leal de los compañeros.

Pasados unos días la maleta se llenó de orden, los libros ocuparon su lugar en el bolso y la muchacha voló de nuevo, lejos de una casa que ya no era la suya. Se fue, Dios sabe por cuanto tiempo, y la casa quedó a oscuras, muy fría. Entonces, la soledad se abalanzó sobre mí, dejándome sin fuerzas, casi muerta, y en el silencio un árbol de Navidad lloraba lágrimas de mil colores.

Ang. Ripley